PROLOGO DE FLAVIO JOSEFO A LOS SIETE LIBROS Porque la guerra que los romanos hicieron con los judíos es la mayor de cuantas muestra edad y nuestros tiempos vieron, y mayor que cuantas hemos jamás oído de ciudades contra ciudades y de gentes contra gentes, hay algunos que la escriben, no por haberse en ella hallado, recogiendo y juntando cosas vanas e indecentes a las orejas de los que las oyen, a manera de oradores: y los que en ella se hallaron, cuentan cosas falsas, o por ser muy adictos a los romanos, o por aborrecer en gran manera a los judíos, atribuyéndoles a las veces en sus escritos vituperio, y otras loándolos y levantándolos; pero no se halla m ellos jamás la verdad que la historia requiere; por tanto, yo, Josefo, hijo de Matatías, hebreo, de linaje sacerdote de Jerusalén, pues al principio peleé con los romanos, y después, siendo a ello por necesidad forzado, -me hallé en todo cuanto pasó, he determinado ahora de hacer saber en lengua griega a todos cuantos reconocen el imperio romano, lo mismo que antes había escrito a los bárbaros en lengua de mi patria: Porque cuando, como dije, se movió esta gravísima guerra, estaba con guerras civiles y domésticas muy revuelta la república romana. Los judíos, esforzados en la edad, pero faltos de juicio, viendo que florecían, no menos en riquezas que en fuerzas grandes, supiéronse servir tan mal ¿el tiempo, que se levantaron con esperanza de poseer el Oriente, no menos que los romanos con miedo de perderlo, en gran manera se amedrentaron. Pensaron los judíos que se habían de rebelar con ellos contra los romanos todos los demás que de la otra parte del Eufrates estaban. Molestaban a los romanos los galos que les son vecinos: no reposaban los germanos: estaba el universo lleno de discordias después JA imperio de Nerón; había muchos que con la ocasión de los tiempos y revueltas tan grandes, pretendían alzarse con el imperio; y los ejércitos todos, por tener esperanza de mayor ganancia, deseaban revolverlo todo. Por cosa pues, indigna, tuvo que dejar de contar la verdad de lo que en cosas tan grandes pasa, y hacer saber a los partos, a los de Babilonia, a los más apartados árabes y a los de mi nación que viven de la otra parte del Eufrates, y a los adia benos, por diligencia mía, que tal y cual haya sido el principio de tan gran guerra, y cuántas muertes, y qué estrago de gente pasó en ella, y qué fin tuvo; pues los griegos y muchos de los romanos, aquellos ti lo menos que no siguieron la guerra, engañados con mentiras y con cosas fingidas con lisonja, no lo entienden ni lo alcanzan, y osan escribir historias; las cuales, según mi parecer, además que no contienen cosa alguna de lo que verdaderamente pasó, pecan también en que Pierden el hilo de la historia, y se pasan a contar otras cosas; Porque queriendo levantar demasiado a los romanos, desprecian en gran manera a los judíos y todas sus cosas. No entiendo, Pues, yo ciertamente cómo pueden parecer grandes los que han acabado cosas de poco. No se avergüenzan DEL largo tiempo que en la guerra gastaron, mi de la muchedumbre de romanos que en estas guerras largo tiempo con gran trabajo fueron detenidos, mi de la grandeza de los capitanes, cuya gloria, en verdad, es menoscabada, si habiendo trabajado y sufrido mucho por ganar a Jerusalén, se les quita porte o algo del loor que, por haber tan Prósperamente acabado cosas tan importantes, merecen. No he determinado levantar con alabanzas a íos míos, por contradecir a los que dan tanto loor y levantan tanto a los romanos: antes quiero contar los hechos de los amos y de los otros, sin mentira y sin lisonja, conformando las palabras con los hechos, perdonando al dolor y afición en llorar y lamentar las muertes y destrucciones de mi patria y ciudades; porque testigo es de ello el emperador y César Tito, que lo ganó todo, como fue destruido por las discordias grandes de los naturales, los cuales forzaron, juntamente con los tiranos grandes que se habían levantado, que los romanos pusiesen fuego a todo, y abrasasen el sacrosanto templo, teniendo todo el tiempo de la guerra misericordia grande del pobre pueblo, al cual era prohibido hacer lo que quería por aquellos revolvedores sediciosos; y aun muchas veces alargó su cerco más tiempo de lo que fuera necesario, por no destruir la ciudad, solamente Porque los que eran autores de tan gran guerra, tuviesen tiempo para arrepentirse. Si por ventura alguno viere que hablo mal contra los tiranos o de ellos, o de los grandes latrocinios y robos que hacían, o que me alargo en lamentar las miserias de mi Patria, algo más de lo que la ley de la verdadera historia requiere, suplícole dé perdón al dolor que a ello me fuerza; porque de todas las ciudades que reconocen y obedecen al imperio de los romanos, no hubo alguno que llegase jamás a la cumbre de toda felicidad, sino la nuestra; ni hubo tampoco alguna que tanto miseria padeciese, y al fin fuese tan miserablemente destruida. Si finalmente quisiéramos comparar todas las adversidades y destrucciones que después de criado el universo han acontecido con la destrucción de los judíos, todas las otras son ciertamente inferiores y de menos tomo; pero no podemos decir haber sido de ellas autor ni causa hombre alguno extraño, por lo cual será imposible dejar de derramar muchas lágrimas y quejas. Si me hallare alguno tan endurecido, y juez tan sin misericordia, las cosas que hallará contadas recíbalas Por historia verdadera; y las lágrimas y llantos atribúyalos al historiador de ellas, aunque con todo puedo maravillarme y aun reprender a los más hábiles y excelentes griegos, que habiendo pasado en sus tiempos cosas tan grandes, con las cuales si queremos comparar todas las guerras pasadas, Parecen muy pequeñas y de poca importancia, se burlan de la elegancia y facundia de los otros, sin hacer ellos algo; de los cuales, aunque Por tener más doctrina y ser más elegantes, los venzan, son todavía ellos vencidos por el buen intento que tuvieron y por haber hecho más que ellos. Escriben ellos los hechos de los asirios y de los medos, como si fueran mal escritos por los historiadores antiguos; y después, viniendo a escribirlos, son vencidos no menos en contar la verdad de lo que en verdad pasó, que lo son también en la orden buena y elegancia; porque trabaja cada uno en escribir lo que había visto y en verdad pasaba; parte por haberse bailado en ello, y parte también por cumplir con eficacia lo que prometían, teniendo por cosa deshonesta mentir entre aquellos que sabían muy bien la verdad de lo que pasaba. Escribir cosas nuevas y no sabidas antes, y encomendar a los descendientes las cosas que en su tiempo Pasaron, digno es ciertamente de 1oor y digno también que se crea. Por cosa de más ingenio ' y de mayor industria se tiene hacer una historia nueva y de cosas nuevas, que no trocar el orden y dis posición dada por otro; pero yo, con gastos y con trabajo muy grande, siendo extranjero y de otra nación, quiero hacer historia de las cosas que pasaron, por dejarías en memoria a los griegos y romanos. Los naturales tienen, las bocas abiertas y aparejadas para pleitos para esto tienen sueltas las lenguas, pero para la historia, en la cual han de contar la verdad y han de recoger todo lo que pasó con grande ayuda y tramo, en esto enmudecen, y conceden licencia y poder a los que me nos saben y menos pueden, para escribir los hechos y hazañas hechas por los príncipes. Entre nosotros se honra verdad de la historia; ésta entre los griegos es menospreciada; contar el principio de los judíos, quiénes hayan sido y de qué manera se libraron de los egipcios, qué tierras y cuán diversas hayan pasado, cuales hayan habitado y cómo hayan de ellas partido, no es cosa que este tiempo la requería, y además de esto, por superfluo e impertinente lo tengo; porque hubo muchos judíos antes de mí que die ron de todo muy verdadera relación en escrituras públicas, y algunos griegos, vertiendo en su lengua lo que habían los otros escrito, no se aportaron muy lejos de la verdad; pero tomaré yo el principio de mi historia donde ellos y nuestros profetas acabaron. Contaré la guerra hecha en mis tiempos con la mayor diligencia y lo más largamente que me fuera Posible; lo que pasó antes de mi edad, y es más antiguo, pasarélo muy breve y sumariamente. De qué manera Antíoco, llamado Epifanes, habiendo ganado a Jerusalén, y habiéndola tenido tres años y seis meses bajo de su imperio, fue echado de ella por los hijos de Asamoneo; después, cómo los descendientes de éstos, por disensiones grandes que sobre el reino tuvieron, movieron a Pompeyo y a los romanos que viniesen a desposeerlos y privarles de su libertad. De qué manera Herodes, hijo de Antipatro, dio fín a la Prosperidad y potencia de ellos, con la ayuda y socorro de Sosio. Cómo también, después de muerto Herodes, nació la discordia entre ellos y el pueblo, siendo emperador Augusto, y gobernando las provincias y tierras de Judea Quintilio Varón; qué guerra se levantó a los doce años del imperio de Nerón, de cuántas cosas y daños fue causa Cestio, cuántas cosas ganaron los judíos luego en el principio, de qué manera fortalecieron su gente -natural, y cómo Nerón, Por causa del daño recibido por Cestio, temiendo mucho al estado del universo, hizo capitán general a Vespasiano, y éste después entró por Judea con el hijo mayor que tenía, y con cuán grande ejército de gente romana, cuan gran porte de la gente que de socorro tenía fue muerta por todo Galilea, y cómo tomó de ella algunas ciudades Por fuerza y otras por habérsele entregado. Contaré también brevemente la disciplina y usanza de los romanos en las cosas de la guerra; el cuidado que de sus cosas tienen; la largura y espacio de las dos Galileas, y su naturaleza; los fines y términos de Judea. Diré particularmente la calidad de esta tierra, las lagunas, las fuentes; los males que lo ciudades que por fuerza tomaron, Padecieron, y en contarlo no pasaré de lo que a la verdad fielmente he visto y aun padecido; no callaré mis miserias y desdichas, pues las cuento a quien las sabe y las vio. Después, estando ya el estado de los judíos muy quebranto, cómo Nerón murió, y cómo Vespasiano, habiendo tomado su camino hacia Jerusalén, fue detenido por causa del imperio; las señales que lo fueron mostrados por decla ración de su imperio; las mutaciones y revueltos que hubo en Roma, y cómo fue declarado emperador, contra su voluntad, por toda lo gente de guerra, y cómo partiendo después para Egipto, por reformar las cosas del emperio, fue perturbado el estado y todas las cosas de los judíos por revueltas y sediciones domésticas; de qué manera fueron sujetados a tiranos, y cómo éstos después los movieron a discordias y sediciones muy grandes. Volviendo Tito después de Egipto, vino dos veces contra Judea, y entró las tierras; de qué manera juntó su ejército, y en qué lugar; cuántas veces fue la ciudad afligida, estando él Presente, con internas sediciones; los montes o caballeros que contra la ciudad levantó. Diré también la grandeza y cerco de los muros; la munición y fortaleza de la ciudad; la disposición y orden del templo; el espacio del altar y su medida; contaré algunas costumbres de la fiestas, y las siete lustraciones y oficios del sacerdote. Hablaré de las vestiduras del Pontífice, y de qué manera eran las cosas santas del templo también lo contaré, sin collar de todo algo, y sin añadir palabra en todo cuanto había. Declararé después la crueldad de los tiranos que en Judea se levantaron con sus mismos naturales; la humanidad y clemencia de los romanos con la gente extranjera; cuántas veces Tito, deseando guardar la ciudad y conservar el templo, compelió a los revolvedores a buscar y pedir la paz y la concordia. Daré particular razón y cuenta de las llagas y desdichas de todo el pueblo, y cuántos males sufrieron, unas veces por guerra, otras por sediciones y revueltos, otras por hambre, y cómo a la postre fueron presas. No dejaré de contar las muertes de los que huían, mí el castigo y suplicio que los cautivos recibieron; menos cómo fue quemado, contra la voluntad de César, todo el templo; cuánto tesoro y cuán grandes riquezas con el fuego perecieron, mí la general matanza y destrucción de la principal ciudad, en la cual todo el estado de Judea cargaba. Contaré las señales y portentos maravillosos que antes de acontecer casos tan horrendos se mostraron; cómo fueron cautivados y presos los tiranos, y quiénes fueron los que vinieron en servidumbre, y cuán gran muchedumbre; qué fortuna hubieron finalmente todos. Cómo los romanos prosiguieron su victoria, y derribaron de raíz todos los fuertes y defensas de los judíos, y cómo ganando Tito todas estas tierras, las redujo a su mandato, y su vuelta después a Italia, y luego su triunfo. Todo esto que he dicho, lo be escrito en siete libros, más por causa de los que desean saber la verdad, que por los que con ello se huelgan, trabajando que no pueda ser vituperado por los que saben cómo pasaron tales cosas, ni por los que en ella se hallaron. Daré Principio a mi historia con el mismo orden que sumariamente lo he contado. Capítulo I En el cual se trata de la destrucción de Jerusalén hecha por Antíoco. Estando discordes entre sí los príncipes de los judíos en el tiempo que Antíoco, llamado Epifanes, contendía con Ptolomeo el Sexto sobre el Imperio de Siria, que tanto codiciaba, cuya discordia era sobre el señorío, porque cada cual de ellos, siendo honrado y poderoso, tenía por cosa grave sufrir suje ción de sus semejantes; Onías, uno de los pontífices, prevaleciendo sobre los otros, echó de la ciudad a los hijos de Tobías. Estos entonces vinieron a Antíoco, suplicándole muy humildes armase ejército contra Judea, que ellos lo guiarían. Y por estar el rey de sí muy deseoso de este negocio, fácilmente consintió con lo que ellos suplicaban. De mane ra que con mucha gente de guerra salió a seguir la empresa; y después de haber combatido la ciudad con gran fuerza, la tomó, y mató muchedumbre de los amigos de Ptolomeo; y dando licencia a los suyos para saquear la ciudad, él mismo robó todo el templo, y prohibió por tiempo de tres años y seis meses la continuación de la religión cotidiana. El pontífice Onías se fue huyendo a Ptolomeo, y alcanzando de él un solar en la región heliopolitana, fundó allí un pueblo muy semejante al de Jerusalén, y edificó un templo. De las cuales cosas, con más oportunidad haremos mención a su tiempo. Pero no se contentó Antíoco con haber tornado la ciudad sin que tal confiase, ni con haberla destruido, ni con tantas muertes; antes, desenfrenado en sus vicios, acordándose de lo que había sufrido en el cerco de Jerusalén, comenzó a constreñir a los judíos, que desechada la costumbre de la patria, no circuncidasen sus niños, y que sacrificasen puercos sobre el ara: a las cuales cosas todos contradecían y los que se mostraban buenos en defender esta causa, eran por ellos muertos. Hecho capitán Bachides de la guarnición de la ciudad, por Antíoco, obedeciendo a todo lo que le había mandado, según su natural crueldad, toda maldad excedió azotando uno a uno a todos los varones dignos de honra, representándoles cada día y poniéndoles delante de los ojos la presa de la ciudad en tanta manera, que por la crueldad de los daños que recibían fueron todos movidos a vengarse. Finalmente, Matatías, hijo de Asamoneo, uno de los sacerdotes del lugar nombrado Modin, con la gente de su casa (porque tenía cinco hijos) se puso en armas y mató a Bachides, y temiendo a la gente que estaba en guarnición, huyóse hacia los montes. Pero descendió con gran esperanza, habiéndosele juntado muchos del pueblo, y peleando, venció los capitanes de Antíoco, y los echó de todos los términos de Judea. Hecho señor, y el más poderoso, con el próspero suceso, con voluntad de todos los suyos, porque los había librado de los extranjeros, murió, dejando por príncipe y señor a Judas, que era su hijo mayor. Este, pensando que Antíoco no había de sufrir aquello, juntó ejército de gente suya natural, y fue el primero que hizo amistad con los romanos, e hizo recoger con gran pérdida a Antíoco Epifanes, el cual otra vez se entraba por Judea. Y siendo aún nueva y reciente esta victoria, vino contra la guarnición de Jerusalén, porque no la había aún echado ni muerto; y habiendo peleado con ellos, los forzó a bajar de la parte alta de la ciudad, que se llama Sagrada, a la baja; y habiéndose apoderado del templo, limpió todo aquel lugar, cercólo de muro, y puso vasos para el servicio y culto divinos, los cuales procuró que se hiciesen nuevos, como que los que solían estarantes estuviesen ya profanados; edificó otra ara y dio comienzo a su religión. Apenas había cobrado la ciudad el rito y ceremonias suyas sagradas, cuando Antíoco murió. Quedó por heredero de su reino, y aun del odio contra los judíos, su hijo, llamado también Antíoco. Por lo cual, juntando cincuenta mil hombres de a pie y casi cinco mil de a caballo y ochenta elefantes, vínose a los montes de Judea, acometiendo por diversas partes, y tomó un lugar llamado Betsura. Salióle al encuentro Judas con su gente en un lugar llamado Betzacharia, cuya entrada era difícil; y antes que los escuadrones se trabasen, su hermano Eleazar, habiendo visto un elefante mayor que los otros, el cual traía una gran torre muy adornada de oro, pensando que venía allí Antíoco, salió corriendo de entre los suyos, y rompiendo por medio de sus enemigos, llegó al elefante, pero no pudo alcanzar aquel que pensaba él ser el rey, porque venía muy alto, e hirió la bestia en el vientre; derribóla sobre él mismo, y murió hecho pedazos, sin hacer otra cosa sino que, habiendo emprendido y cometido una cosa digna de gran nombre, tuvo en más la gloria que su propia vida. Pero el que regía el elefante era un hombre privado y particular: y aunque en aquel caso se hallara Antíoco, no le aprovechara a Eleazar su atrevimiento, sino haber tenido en poco la muerte por la esperanza de una hazaña tan memorable. Esto fue a su hermano manifiesta señal y declaración de los sucesos de toda la guerra, porque pelearon los judíos mucho tiempo y muy valerosamente; pero fueron finalmente vencidos por los del rey, siéndoles fortuna muy próspera, y excediéndolos también en el número y muchedumbre: y muertos muchos de los judíos, Judas, con los demás, huyó a la comarca llamada Gnofnítica. Partiendo Antíoco de allí para Jerusalén, y habiéndose detenido algunos días, retiróse por la falta de los mantenimientos, dejando de guarnición la gente que le pareció que bastaba, y llevóse los demás a alojar y pasar el invierno en Siria. Cuando el rey partió, no reposó Judas; antes, animado con los muchos que de su gente se le llegaban, y juntando aquellos que le habían sobrado de la guerra pasada, fue a pelear con los capitanes de Antíoco en un lugar llamado Adasa; y haciéndose conocer en la batalla matando a muchos de sus enemigos, fue muerto. Dentro de pocos dias fue también muerto su hermano Juan, preso por asechanzas de aquellos que eran parciales de Antíoco y le favorecian. Capítulo II De los príncipes que sucedieron desde Jonatás hasta Aristóbulo. Habiéndole sucedido su hermano Jonatás, rigiéndose más proveída y cuerdamente en todo lo que pertenecía a sus naturales, trabajando por fortificar su potencia con la amistad de los romanos, ganó también amistad con el hijo de Antíoco; pero no le aprovecharon todas estas cosas para excusar el peligro. Porque Trifón, tirano, tutor del hijo de Antíoco, acechándole y trabajando por quitarlo de todas aquellas amis tades, prendió engañosamente a Jonatás, habiendo venido a Ptolemaida con poca gente para hablar con Antíoco, y deteniéndole muy atado, levantó su ejército contra Judea. Siendo echado de allá y vencido por Simón, hermano de Jonatás, muy airado por esto, mató a Jonatás. Ocupándose Sinión en regir valerosamente todas las cosas, tomó a Zara, a Jope y a Jamnia. Y venciendo las guarniciones, derribó y puso por el suelo a Acarón, y socorrió a Antíoco contra Trifón, el cual estaba en el cerco de Dora, antes que fuese contra los medos. Pero no pudo con esto hartar la codicia del rey, aunque le hubiese también ayudado a matar a Trifón. Porque no mucho después Antíoco envió un capitán de los suyos, Cendebeo, por nombre, con ejército, para que destruyese a Judea y pusiese en servidumbre y cautivase a Simón. Pero éste, que administraba las cosas de la guerra, aunque era viejo, con ardor de mancebo, envió delante a sus hijos con los más valientes y esforzados; y él, acompañado con parte del pueblo, acometió por el otro lado; y teniendo puestas muchas espías y celadas por muchos lugares de los montes, los venció en toda parte. Alcanzando una victoria muy excelente y muy nombrada, fue hecho y declarado pontífice, y libertó los judíos de la sujeción y senorío de los de Macedonia, en la cual habían estado doscientos setenta años. Este, finalmente, murió en un convite, preso por asechanzas de Ptolorneo, su yerno, el cual puso en guardas a su mujer y a dos hijos suyos, y envió ciertos hombres de los suyos para que matasen a Juan tercero, que por otro nombre fue llamado Hircano. Entendiendo lo que se trataba y cuanto se determinaba, el mozo vino con gran prisa a la ciudad confiado en mucha parte del pueblo, acordándose de la virtud y memoria de su padre, y porque también la maldad de Ptolomeo era aborrecida de todos. Ptolomeo quiso por la otra puerta entrar en la ciudad, pero fue echado por todo el pueblo, el cual antes había ya recibido a mejor tiempo a Hircano. Y luego partió de allí a un castillo llamado Dagón, que estaba de la otra parte de Jericunta. Habiendo, pues, Hircano alcanzado la honra y dignidad de pontífice, la cual solía poseer su padre después de haber hecho sacrificios a Dios, salió con diligencia contra Ptolemeo, por socorrer a su madre y a sus propios hermanos; y combatiendo el castillo, era vencedor de todo, y vencíalo a él justamente el dolor solo. Porque Ptolomeo, cuando era apretado, sacaba la madre de Hircano y sus hermanos en la parte más alta del muro, porque pudiesen ser vistos por todos, y los azotaba, amenazando que los echaría de allí abajo si en la misma hora no se retiraba. Este caso movía a Hircano a misericordia y temor, más que a ira ni saña. Pero su madre, no desanimada por las llagas y muerte que le amenazaba, ni amedrentada tampoco, alzando las manos rogaba a su hijo que, movido por las injurias que ella padecía, no perdonase al impío Ptolomeo, porque ella tenía en más la muerte con que Ptolomeo le amenazaba, y la preciaba mucho más que no la vida e inmortalidad, con tal que él pagase la pena que debía por la impía crueldad que habla hecho contra su casa, contra toda razón y derecho. Viendo Juan a su madre tan pertinaz en esto, y obe deciendo a lo que ella le rogaba, una vez era movido a combatirlo, y otra perdía el ánimo, viendo los azotes que padecía; y como la rompían en partes, sentía mucho este dolor. Alargando en esto muchos días el cerco, vino el año de la fiesta, la cual suelen los judíos celebrar muy solemnemente cada siete anos, por ejemplo del séptimo día, cesando en toda obra; y alcanzando con esto Ptolemeo reposo de su cerco, habiendo muerto a los hermanos de Juan y a la madre, huyó a Zenán, llamado Cotilas por sobrenombre, tirano de Filadelfia. Enojado Antíoco por las cosas que había sufrido de Simón, juntó ejército y vino contra Judea; y llegándose a Jerusalén, cercó a Hircano. Este, habiendo abierto el sepulcro de David, que habla sido el más rico de todos los reyes, y sacado de allí más de tres mil talentos en dinero, persuadió a Antioco, después de haberle dado trescientos talentos, que dejase el cerco, y fue el primer judío que tuvo gente extranjera a sueldo dentro de la ciudad a costa suya. Y alcanzado tiempo para vengarse, dándoselo Antíoco ocupado en la guerra de los medos, luego se levantó contra las ciudades vecinas de Siria, pensando que no habría gente que las defendiese, lo cual fue así. Tomó a Medaba y a Samea con los lugares de allí cercanos; a Sichima y Garizo, y demás de éstos, tambié n a la gente de los chuteos, que vivían en los lugares comarcanos de allí, cerca de aquel templo que había sido edificado a semejanza del de Jerusalén. Tomó otras muchas ciudades de Idumea, y a Doreón y Marifa. Después pasando hasta Samaria, donde está ahora fundada por el rey Herodes la ciudad de Sebaste, encerróla por todas partes e hizo capitanes de la gente que quedaba en el cerco a sus dos hijos Aristóbulo y Antígono. Los cuales, no faltando en algo, los que estaban dentro de la ciudad vinieron en tan grande hambre, que eran forzados a comer la carne que nunca habían acostumbrado. Llamaron, pues, para esto que les ayudase a Antíoco, llamado por sobrenombre Espondio, el cual, mostrándose obedecerles con voluntad muy pronto, fue vencido por Aristóbulo y por Antígono y huyó hasta Escitópolis, persiguiéndole siempre los dos hermanos dichos, los cuales, volviéndose después a Samaria, encierran otra vez la muchedumbre de gente dentro del muro, y ganando la ciudad la destruyeron y desolaron, llevándose presos todos los que allí dentro moraban. Sucediéndoles las cosas de esta manera prósperamente, no permitían ni consentían que aquella alegría se resfriase; antes, pasando delante con el ejército hasta Escitópolis, la tomaron y partiéronse todos los campos y tierras que estaban dentro de Carmelo. II De los príncipes que sucedieron desde Jonatás hasta Aristóbulo. Habiéndole sucedido su hermano Jonatás, rigiéndose más proveída y cuerdamente en todo lo que pertenecía a sus naturales, trabajando por fortificar su potencia con la amistad de los romanos, ganó también amistad con el hijo de Antíoco; pero no le aprovecharon todas estas cosas para excusar el peligro. Porque Trifón, tirano, tutor del hijo de Antíoco, acechándole y trabajando por quitarlo de todas aquellas amis tades, prendió engañosamente a Jonatás, habiendo venido a Ptolemaida con poca gente para hablar con Antíoco, y deteniéndole muy atado, levantó su ejército contra Judea. Siendo echado de allá y vencido por Simón, hermano de Jonatás, muy airado por esto, mató a Jonatás. Ocupándose Sinión en regir valerosamente todas las cosas, tomó a Zara, a Jope y a Jamnia. Y venciendo las guarniciones, derribó y puso por el suelo a Acarón, y socorrió a Antíoco contra Trifón, el cual estaba en el cerco de Dora, antes que fuese contra los medos. Pero no pudo con esto hartar la codicia del rey, aunque le hubiese también ayudado a matar a Trifón. Porque no mucho después Antíoco envió un capitán de los suyos, Cendebeo, por nombre, con ejército, para que destruyese a Judea y pusiese en servidumbre y cautivase a Simón. Pero éste, que administraba las cosas de la guerra, aunque era viejo, con ardor de mancebo, envió delante a sus hijos con los más valientes y esforzados; y él, acompañado con parte del pueblo, acometió por el otro lado; y teniendo puestas muchas espías y celadas por muchos lugares de los montes, los venció en toda parte. Alcanzando una victoria muy excelente y muy nombrada, fue hecho y declarado pontífice, y libertó los judíos de la sujeción y senorío de los de Macedonia, en la cual habían estado dos cientos setenta años. Este, finalmente, murió en un convite, preso por asechanzas de Ptolorneo, su yerno, el cual puso en guardas a su mujer y a dos hijos suyos, y envió ciertos hombres de los suyos para que matasen a Juan tercero, que por otro nombre fue llamado Hircano. Entendiendo lo que se trataba y cuanto se determinaba, el mozo vino con gran prisa a la ciudad confiado en mucha parte del pueblo, acordándose de la virtud y memoria de su padre, y porque también la maldad de Ptolomeo era aborrecida de todos. Ptolomeo quiso por la otra puerta entrar en la ciudad, pero fue echado por todo el pueblo, el cual antes había ya recibido a mejor tiempo a Hircano. Y luego partió de allí a un castillo llamado Dagón, que estaba de la otra parte de Jericunta. Habiendo, pues, Hircano alcanzado la honra y dignidad de pontífice, la cual solía poseer su padre después de haber hecho sacrificios a Dios, salió con diligencia contra Ptolemeo, por socorrer a su madre y a sus propios hermanos; y combatiendo el castillo, era vencedor de todo, y vencíalo a él justamente el dolor solo. Porque Ptolomeo, cuando era apretado, sacaba la madre de Hircano y sus hermanos en la parte más alta del muro, porque pudiesen ser vistos por todos, y los azotaba, amenazando que los echaría de allí abajo si en la misma hora no se retiraba. Este caso movía a Hircano a misericordia y temor, más que a ira ni saña. Pero su madre, no desanimada por las llagas y muerte que le amenazaba, ni amedrentada tampoco, alzando las manos rogaba a su hijo que, movido por las injurias que ella padecía, no perdonase al impío Ptolomeo, porque ella tenía en más la muerte con que Ptolomeo le amenazaba, y la preciaba mucho más que no la vida e inmortalidad, con tal que él pagase la pena que debía por la impía crueldad que habla hecho contra su casa, contra toda razón y derecho. Viendo Juan a su madre tan pertinaz en esto, y obe deciendo a lo que ella le rogaba, una vez era movido a combatirlo, y otra perdía el ánimo, viendo los azotes que padecía; y como la rompían en partes, sentía mucho este dolor. Alargando en esto muchos días el cerco, vino el año de la fiesta, la cual suelen los judíos celebrar muy solemnemente cada siete anos, por ejemplo del séptimo día, cesando en toda obra; y alcanzando con esto Ptolemeo reposo de su cerco, habiendo muerto a los hermanos de Juan y a la madre, huyó a Zenán, llamado Cotilas por sobrenombre, tirano de Filadelfia. Enojado Antíoco por las cosas que había sufrido de Simón, juntó ejército y vino contra Judea; y llegándose a Jerusalén, cercó a Hircano. Este, habiendo abierto el sepulcro de David, que habla sido el más rico de todos los reyes, y sacado de allí más de tres mil talentos en dinero, persuadió a Antioco, después de haberle dado trescientos talentos, que dejase el cerco, y fue el primer judío que tuvo gente extranjera a sueldo dentro de la ciudad a costa suya. Y alcanzado tiempo para vengarse, dándoselo Antíoco ocupado en la guerra de los medos, luego se levantó contra las ciudades vecinas de Siria, pensando que no habría gente que las defendiese, lo cual fue así. Tomó a Medaba y a Samea con los lugares de allí cercanos; a Sichima y Garizo, y demás de éstos, también a la gente de los chuteos, que vivían en los lugares comarcanos de allí, cerca de aquel templo que había sido edificado a semejanza del de Jerusalén. Tomó otras muchas ciudades de Idumea, y a Doreón y Marifa. Después pasando hasta Samaria, donde está ahora fundada por el rey Herodes la ciudad de Sebaste, encerróla por todas partes e hizo capitanes de la gente que quedaba en el cerco a sus dos hijos Aristóbulo y Antígono. Los cuales, no faltando en algo, los que estaban dentro de la ciudad vinieron en tan grande hambre, que eran forzados a comer la carne que nunca habían acostumbrado. Llamaron, pues, para esto que les ayudase a Antíoco, llamado por sobrenombre Espondio, el cual, mostrándose obedecerles con voluntad muy pronto, fue vencido por Aristóbulo y por Antígono y huyó hasta Escitópolis, persiguiéndole siempre los dos hermanos dichos, los cuales, volviéndose después a Samaria, encierran otra vez la muchedumbre de gente dentro del muro, y ganando la ciudad la destruyeron y desolaron, llevándose presos todos los que allí dentro moraban. Sucediéndoles las cosas de esta manera prósperamente, no permitían ni consentían que aquella alegría se resfriase; antes, pasando delante con el ejército hasta Escitópolis, la tomaron y partiéronse todos los campos y tierras que estaban dentro de Carmelo. III Que trata de los hechos de Aristóbulo, Antígano, Judas, Eseo, Alejandro, Teodoro y Demetrio. La envidia de las hazañas y sucesos prósperos de Juan y de sus hijos movió a los gentiles a discordia y sedición, y juntándose muchos contra ellos no reposaron hasta que todos fueron vencidos en guerra pública. Viviendo, pues, todo el otro tiempo Juan muy prósperamente y habiendo administrado y regiao muy bien todo el gobierno de las cosas por espacio de treinta y tres años, dejando cinco hijos, murió. Varón ciertamente bienaventurado, el cual no había dado ocasión alguna por la cual alguno se pudiese quejar de la fortuna. Tenía tres cosas principalmente él solo, porque era príncipe de los judíos, pontífice, y además de esto profeta, con quien Dios hablaba de tal manera, que nunca ignoraba algo de lo que había de acontecer. También supo y profetizó cómo sus dos hijos mayores no habían de quedar señores de sus cosas, los cuales qué fin hayan tenido en la vida, pienso que no será cosa indigna de contarlo ni de oírlo, y cuán lejos hayan estado de la prosperidad y dicha de su padre. Porque Aristóbulo, que era el hijo mayor, luego que su padre fue muerto, transfiriendo su señorío en reino, fue el primero que se puso corona de rey cuatrocientos ochenta y un años y tres meses después que el pueblo de los judíos había venido en la posesión de aquellas tierras libradas de la servidumbre y cautividad de Babilonia. Honraba a su hermano Antígono, que era en la sucesión segundo, porque mostraba amarlo con igual honra, pero puso a los otros hermanos en cárcel muy atados y con guardas; encarceló también a su madre por haberle resistido en algo en el señorío, porque Juan la había dejado por señora de todo el gobierno, y fue tan cruel con ella, que teniéndola atada y en cárcel, la dejó morir de hambre. Pagó todos estos hechos y maldades con la muerte de su hermano Antígono, a quien él amaba mucho y a quien había hecho partícipe en su remo, porque también lo mató con acusaciones falsas que le fingieron los revolvedores del reino. Al principio Aristóbulo no creía lo que le decían, porque tenía en mucho a su hermano, y también porque pensaba ser lo más de lo que le decían falso y fingido por la envidia que le tenían. Pero siendo Antígono vuelto de la guerra con muy buen nombre en los días de las fiestas que ellos, según costumbre de la patria, celebraban a Dios puestos los tabernáculos, sucedió en el mismo tiempo que Aristóbulo cayó enfermo, y Antígono, al fin de las fiestas y solemnidades, acompañado de hombres armados vino con gran deseo a hacer oración al templo, y subió más honrado de lo que subiera por honra de su hermano; y entonces, viniendo acusadores llenos de toda maldad delante del rey, alegaban y reprendían la pompa de las armas, y la arrogancia y la soberbia de Antígono, como mayor de lo que convenía, diciendo haber venido allí con multitud de gente de armas para matarlo: porque pudiendo él ser rey, claro estaba que no se había de contentar con la honra que su hermano procuraba que el reino le hiciese. Creyó poco a poco estas cosas Aristóbulo, aunque forzado, y por no demostrar sospecha de alguna cosa, queriendo guardarse de lo que le era incierto, y proveerse mirándolo todo, mandó pasar la gente de su guarda a un lugar obscuro y corno sótano; y él que estaba enfermo en el castillo llamado antes Baro, el cual después fue llamado Antoma, mandóles que si viniese desarmado, no le hiciesen algo, y si Antigono viniese con armas, lo matasen. Además de esto, envió gente que avisasen a Antígono y le mandase venir sin armas. Para todas estas cosas la reina tomó consejo astuto con los que estaban en asechanza y en celada: porque persuadió a los que el rey enviaba, que callasen lo que el rey les habla mandado, y que dijesen a Antígono que su hermano había oído cómo se habla hecho muy lindas armas y lindo aparejo de guerra en Galilea, las cuales no había podido ver particularmente a su voluntad, impedido con su enfermedad, y que ahora lo querría con toda voluntad ver armado, principalmente sabiendo que habla de partir e irse a otra parte. Oídas estas cosas, Antígono, no pudiendo pensar mal, por el amor y afición que le tenía su hermano, venía aprisa armado con todas sus armas por mostrarse. Pero cuando llegó a un paso obscuro, que se llamaba la torre de Estratón, fue muerto por los de la guarda: y dio cierto y manifiesto documento, que toda benevolencia y derecho de naturaleza es vencido con las acriminaciones y envidias calumniosas; y que ninguna buena afición vale tanto que pueda perpetuamente resistir y refrenar la envidia. En esto también, ¿quién no se maravillará de Judas? Era Eseo de linaje, el cual nunca erró en profetizar ni jamás mintió. Pasando Antígono por el templo, luego que lo vió Judas, dijo en voz alta a los conocidos que allí estaban, porque tenía muchos discípulos y hombres que venían a pedirle consejo: "Ahora me es a mí bueno morir, pues la verdad murió, quedando yo en vida, y se ha hallado alguna cosa falsa en lo que yo tenía profetizado, pues vive este Antígono, el cual debía ser hoy muerto. Tenía ya, por suerte, señalado lugar para su muerte en la torre de Estratón, que está a seiscientos estadios lejos de aquí: son ya cuatro horas del día, y el tiempo pasa, y con él mi adivinanza." Cuando el viejo hubo hablado esto, púsose a pensar entre sí muchas cosas con mucho cuidado y con la cara muy triste. Luego, poco después, vino nueva como Antígono había sido muerto en un sótano, llamado por el mismo nombre que solía ser la marítima Cesárea, la torre de Estratón, y esto fue lo que engañó al profeta. En la misma hora, con el pesar de tan gran maldad, se le aumentó la enfermedad a Aristóbulo, y estando siempre con el pensamiento de aquel hecho muy solícito, con el ánimo perturbado se corrompía, hasta tanto que por la amargura del dolor, rotas en partes sus entrañas, echaba toda la sangre por la boca. La cual tomó uno de los que le servían, y por providencia y voluntad de Dios, sin que el criado tal supiese, echó la sangre del matador sobre las manchas que había dejado con la suya Antígono en aquel lugar donde fue muerto. Pero levantándose un gran llanto y aullido de los que habían visto esto, como que el muchacho hubiese adrede echado la sangre en aquel lugar, vino a noticia del rey el clamor, y requirió que le contasen la causa; y como no hubiese alguno que la osase contar, más se encendía él en deseo de saberla. Al fin, haciendo él fuerza y amenazándoles, contáronle la verdad de todo lo que pasaba; y él, hinchiendo sus ojos de lágrimas, y gimiendo en su corazón tanto cuanto le era posible, dijo esto: "No era, por cierto, cosa para esperar que hubiese Dios de ignorar mis maldades muy grandes, siéndole todo manifiesto pues luego me persigue la justicia en venganza de la muerte de mi hermano. ¡Oh malvado cuerpo! ¿Hasta cuándo detendrás el ánima condenada por la muerte de mi madre y de mi hermano? ¿Cuánto tiempo les sacrificaré mi propia sangre? Tómenlo todo junto y no se burle ni escarnezca la fortuna lo bajo de mis entrañas.` Dicho esto, luego murió, habiendo reinado sólo un año. Su mujer entonces sacó de la cárcel al hermano Alejandro, e hízolo rey, el cual era mayor en la edad, y aun parecía también ser más modesto. Pero alcanzando éste el reino, y viéndose poderoso, mató a su otro hermano, por verlo ambicioso de reinar, y tenía consigo al otro privadamente, habiéndole quitado todas sus cosas. Hizo guerra con Ptolomeo Látiro, el cual le había tomado a Asoco, y mató muchos de sus enemigos; pero Ptolomeo fue el vencedor. Después que él fue echado por su madre Cleopatra, vínose a Egipto, y Alejandro tomó por fuerza a Gadara y el castillo de Amatón, que es el mayor de todos los que hay de la otra parte del Jordán, adonde estaban, según se tenla por cierto, los bienes y joyas de Teodoro, hijo de Zenón. Mas sobreviniendo presto Teodoro, cobra lo que era suyo: llévase el carruaje del rey, y mata casi diez mil judíos. Alejandro, cobrando después de esta matanza fuerzas, entró por las partes cercanas de la mar, las cuales llamaremos maritimas: tomó a Rafia, a Gaza y a Antedón, la cual después fue llamada por el rey Herodes Agripia. Domados y sujetos todos éstos, un día de fiesta el pueblo de los judíos se levantó contra él. Porque muchas veces se revuelven los pueblos por los convites y comidas; y no le parecía que podía apaciguar y deshacer aquellas asechanzas, si los Pisidas y Cilicos, pagándolos él, no le ayudaban: no hacía caso de tener los sirios a sueldo por la discordia que tienen naturalmente con los judíos. Y habiendo muerto más de ocho mil de la multitud que se había rebelado, hizo guerra contra Arabia. Vencidos allí los galaaditas y moabitas, los hizo tributarios, y volvióse para Amatón. Y estando Teodoro amedrentado por ver que tan prósperamente le sucedían las cosas, derribó de raíz un castillo que halló sin gente; y peleando después con Oboda, rey de Arabia, el cual había ocupado un lugar oportuno y cómodo para el en año en la región de Galaad, preso con las asechanzas que le habían hecho, perdió todo su ejército, forzado a recogerse a un valle muy alto, y fue desmenuzado por la multitud de los camellos. Librándose él de aquí y viniendo a Jerusalén, inflamó la gente, que antiguamente le era muy enemiga, a mover novedades con la gran matanza que le había sido hecha. Con esto también se alzó a mayores, y mató en muchas batallas no menos de cincuenta mil judíos dentro de seis años; pero no se holgaba con estas victorias, porque se gastaban y consumían en ellas todas las fuerzas de su reino. Por lo cual, dejando las armas y la guerra, trabajaba con buenas palabras en volver en amistad con aquellos que tenía sujetos. Tenían ellos tan aborrecida la inconstancia y variedad que éste tenía en sus costumbres, que preguntando él qué manera tendría para apaciguarlos, respondieron que con su muerte; porque aun no sabían si muerto le perdonarían, por tantas maldades como había cometido junto con esto tomaron el socorro de Demetrio, llamado Acero, el cual, con esperanza de ganar y de haber mayor premio, fácilmente les obedeció y consintió, y viniendo con ejército, juntóse para ayudar a los judíos cerca de Sichima. Pero recibiólos Alejandro con mil de a caballo y con seis mil soldados de sueldo, teniendo también consigo cerca de diez mil judíos que le eran todos muy amigos: siendo los de la parte contraria tres mil de a caballo y cuarenta mil de a pie. Antes que se juntasen ambos ejércitos, por medio de los mensajeros y trompetas los reyes trabajaban cada uno por si en retirar la gente el uno del otro. Demetrio pensaba que la gente de sueldo de Alejandro le faltaría; y Alejandro esperaba que los judíos que seguían a Demetrio se le habían de rebelar y seguirlo a él. Pero como los judíos tuviesen muy firme su juramento, y los griegos su fe y promesa, comenzaron a acercarse y pelear todos. Venció en esta batalla Demetrio, aunque la gente de Alejandro hubiese hecho muchas cosas fuerte y animosamente. El suceso de ella dió parte a entrambos sin que juntamente entrambos lo esperasen. Porque los que habían llamado a Demetrio no quisieron seguirlo, aunque vencedor; antes, seis mil de los judíos se pasaron a Alejandro, que había huido hacia los montes, por tener misericordia de él, viendo que se le había mudado tanto la fortuna. No pudo sufrir falta tan 'importante Demetrio; antes, pensando que Alejandro, recogidas y juntadas ya sus fuerzas, sería bastante para esperar la batalla, porque toda la gente se le pasaba, retiróse luego de allí; pero la demás gente, por habérseles ido y apartado aquella parte del socorro y ejército, no perdió su ira y enemistad; antes peleaba en continuas guerras con Alejandro, hasta tanto que, muerta gran parte de ellos, los hizo recoger en la ciudad de Bemeselis; y habiéndola después tomado, llevóse los cautivos a Jerusalén. La ira inmoderada de éste, por ser desenfrenada, hizo que su crueldad llegase a términos de toda impiedad; porque en medio de la ciudad ahorcó ochocientos de los cautivos, y mató las mujeres de ellos e hijos, delante de sus propias madres, y él lo estaba mirando bebiendo y holgando junto con sus concubinas y mancebas. Tomó todo el pueblo tan gran temor de ver esto, que aun los que a entrambas partes estaban aficionados, luego la siguiente noche salieron huyendo, corno desterrados, de toda Judea, cuyo destierro tuvo fin con la muerte de Alejandro. Habiendo, pues, buscado el reposo del reino con tales hechos, cesaron sus armas. IV De la guerra de Alejandro con Antíoco y Areta, y de Alejandro e Hircano. Otra vez le fue principio de revuelta Antíoco, llamado también Dionisio, hermano de Demetrio, pero el postrero de aquellos que tenían a Seleuco por principio y autor de su linaje. Porque temiendo a éste, el cual había echado y vencido a los árabes en la guerra, hizo un foso muy grande alrededor de Antipátrida en todo el espacio que hay allí cercano a los montes, y entre las riberas de Jope; y delante del foso edificó un muro muy alto y unas torres de madera, para defender la entrada; pero no pudo detener con todo esto a Antíoco. Porque quemadas las torres, y habiendo henchido los fosos, pasó con su ejército; y menospreciando la venganza, de la cual debía usar con aquel que le había prohibido la entrada, luego siguió la empresa contra los árabes. El rey de éstos apartáse a parte más cómoda para su gente; Pero luego volvió a la pelea con hasta número de diez mil hombres, y acometió la gente de Antíoco sin darle tiempo para pensar en ello ni aparejarse. Y trabada una valerosa batalla, mientras Antíoco estaba salvo, su ejército permanecía resistiendo, aunque los árabes p9co a poco lo despedazasen y acabasen. Pero después que éste fue muerto, porque socorriendo a los vencidos no temía los peligros, todos huyeron, muriendo la mayor parte de ellos peleando y huyendo. Los demás, habiendo venido a parar al lugar de Caná, todos murieron de hambre, excepto muy pocos. De aquí los damascenos, enojados con Ptolomeo, hijo de Mineo, júntanse con Areto, y hácenlo rey de Siria Celes: el cual, habiendo hecho guerra con Judea, después de haber vencido en la batalla a Alejandro, hizo partido con él y retiróse. Alejandro, tomada Pela, fuese otra vez para Gerasa, deseoso de las riquezas de Teodoro; y habiendo cercado con tres cercos a los que la querían defender, ganó el lugar. Tomó también a Gaulana y a Seleucia, y sojuzgó aquella que se llama la Farange de Antíoco. Además de lo dicho, habiendo también tomado el fuerte castillo de Gamala, y preso al capitán de él, Demetrio, revuelto en muchos crímene s y culpas, vuélvese a Judea, acabados tres años en la guerra, y fue recibido por los suyos con grande alegría por el próspero suceso de sus cosas. Pero sucedióle, estando en reposo y acabada la guerra, el principio de su dolencia; y porque le fatigaba la cuartana, pensó que echaría de sí aquella calentura si se volvía otra vez a poner en los negocios y ocupaba en ellos su ánimo; dióse a la guerra y trabajos militares, Sin tener cuenta con el tiempo: y fatigando su cuerpo más de lo que podía sufrir, en medio de las revueltas murió después de treinta y siete años que reinaba, dejando el reino a Alejandra, su mujer, pensando que los judíos obedecerían a cuanto ella mandase; porque siendo muy desemejante a él en la crueldad, resistiendo a toda maldad, enteramente había ganado la voluntad de todo el pueblo. Y no le engañó la esperanza, porque por ser tenida por mujer muy pía, alcanzó el reino y principado. Porque sabía muy bien la costumbre que los de su patria tenían, y aborrecía desde el principio al que quebrantaba las leyes sagradas. Como ésta tuviese dos hijos habidos de Alejandro, al mayor, llamado Hircano, parte por ser primogénito, lo declaró por pontífice, y parte también porque era más reposado, sin que pudiese tenerse esperanza que sería molesto a alg uno, lo hizo rey; y el menor, llamado Aristóbulo, quiso más que viviese privadamente, porque mostraba ser más bullicioso y levantado. Juntóse con la señoría de esta mujer una parte de los judíos que era la de los fariseos, los cuales honraban y acataban más la religión, al parecer, que todos los demás, y declaraban más agudamente las leyes, y por esta causa los tenía en más Alejandra, sirviendo a la religión divina supersticiosamente. Estos, disimulando con la simple mujer, eran tenidos ya como procuradores de ella, mudando a sus voluntades, quitando y poniendo, encarcelando y librando a cuantos les parecía, de tal manera, que parecían ser ya ellos los reyes, según gozaban de los provechos reales: y Alejandra había de pagar las expensas y gastos, y sufrir todos los trabajos. Pero ésta tenía un maravilloso regimiento en saber regir y administrar las cosas mas altas y más importantes; y puesta toda en acrecentar su gente, hizo dos ejércitos, con no pocos socorros que hubo, por su sueldo, con los cuales no sólo fortificó el estado de su gente, pero se hizo aún de temer al poder de los extranjeros. Y como mandase a todos, ella sola obedecía a los fariseos de su buena voluntad. Mataron finalmente a Diógenes, varón muy señalado que había sido muy amigo de Alejandro, trayendo por causa de su muerte que aquellos ochocientos, de los cuales hemos hablado arriba, fueron puestos en cruz por el rey a instancia de éste; y trabajaban por inducir y persuadir a Alejandra que matase a todos los demás, por cuya autoridad y consejo se había movido contra ellos Alejandro. Estando ella tan puesta en obedecer con demasiada superstición a estos fariseos, a los cuales no quería contradecir en algo, mataban a quien querían, hasta que todos los mejores que estaban en peligro se vinieron huyendo a Aristóbulo; y éste persuadió a su madre que los perdonase por la dignidad que tenían, y a los que pensaba ser dañosos, los echase de la ciudad. Alcanzando éstos licencia, esparciéronse por toda la tierra. Alejandra envió ejército a Damasco, porque Ptolomeo tenía en grande y muy continuo aprieto la ciudad, la cual ella tomó sin hacer cosa alguna memorable. Solicitó con pactos y dones al rey de Armenia, Tigrano, que cercaba a Cleopatra, habiendo juntado su gente con Ptolomeo. Pero él se había retirado ya mucho antes por el levantamiento y discordia que había entre los suyos, después de haberse Lúculo entrado por Armenia. Estando en esto, enfermó Alejandra; y su hijo el menor, Aristóbulo, con todos sus criados, que solían ser muchos y muy fieles, por estar en la flor de su edad, se apoderó de todos los castillos; y con el dinero que en ellos halló, hizo gente de sueldo, y levantóse por rey. Por esto la madre de Hircano, con misericordia de las quejas que el pueblo a ella echaba, encerró la mujer de Aristóbulo en un castillo que está edificado cerca del templo a la parte de Septentrión: llamábase éste, como antes dijimos, Baro, y después lo llamaron Antonia, siendo Antonio emperador, así como del nombre de Augusto y de Agripa, fueron llamadas las otras ciudades Sebaste y Agripia. Pero antes murió Alejandra que tomase venganza en Aristóbulo de las injurias a su hermano Hircano, al cual había trabajado por echar del reino, adonde había ella reinado nueve años. Quedó por heredero de todo Hircano, a quien ella, siendo aún viva, había encomendado todo el reino. Pero teníale gran ventaja en esfuerzo y autoridad Aristóbulo, y habiendo peleado entrambos cerca de Jericó por quién sería señor de todo, muchos, dejando a Hircano, se pasaron a Aristóbulo. De donde huyendo Hircano, Regó al castillo llamado Antonia, adonde se recogió; y alcanzando allí rehenes para aseguranza de su salud y vida, porque (según arriba hemos contado) aquí estaban con guardas los hijos y mujer de Aristóbulo. Antes que le aconteciese algo que fuese peor, volvió en concordia y amistad con tal ley, que quedase el reino por Aristóbulo, y que él lo dejase, contentándose, como hermano del rey, con otras honras. Reconciliados y hechos de esta manera amigos dentro del templo, habiendo el uno abrazado al otro delante de todo el pueblo que allí estaba, truecan las cosas, y Aristóbulo torna posesión de la casa real, e Hircano de la casa de Aristóbulo. Capítulo III Que trata de los hechos de Aristóbulo, Antígano, Judas, Eseo, Alejandro, Teodoro y Demetrio. La envidia de las hazañas y sucesos prósperos de Juan y de sus hijos movió a los gentiles a discordia y sedición, y juntándose muchos contra ellos no reposaron hasta que todos fueron vencidos en guerra pública. Viviendo, pues, todo el otro tiempo Juan muy prósperamente y habiendo administrado y regiao muy bien todo el gobierno de las cosas por espacio de treinta y tres años, dejando cinco hijos, murió. Varón ciertamente bienaventurado, el cual no había dado ocasión alguna por la cual alguno se pudiese quejar de la fortuna. Tenía tres cosas principalmente él solo, porque era príncipe de los judíos, pontífice, y además de esto profeta, con quien Dios hablaba de tal manera, que nunca ignoraba algo de lo que había de acontecer. También supo y profetizó cómo sus dos hijos mayores no habían de quedar señores de sus cosas, los cuales qué fin hayan tenido en la vida, pienso que no será cosa indigna de contarlo ni de oírlo, y cuán lejos hayan estado de la prosperidad y dicha de su padre. Porque Aristóbulo, que era el hijo mayor, luego que su padre fue muerto, transfiriendo su señorío en reino, fue el primero que se puso corona de rey cuatrocientos ochenta y un años y tres meses después que el pueblo de los judíos había venido en la posesión de aquellas tierras libradas de la servidumbre y cautividad de Babilonia. Honraba a su hermano Antígono, que era en la sucesión segundo, porque mostraba amarlo con igual honra, pero puso a los otros hermanos en cárcel muy atados y con guardas; encarceló también a su madre por haberle resistido en algo en el señorío, porque Juan la había dejado por señora de todo el gobierno, y fue tan cruel con ella, que teniéndola atada y en cárcel, la dejó morir de hambre. Pagó todos estos hechos y maldades con la muerte de su hermano Antígono, a quien él amaba mucho y a quien había hecho partícipe en su remo, porque también lo mató con acusaciones falsas que le fingieron los revolvedores del reino. Al principio Aristóbulo no creía lo que le decían, porque tenía en mucho a su hermano, y también porque pensaba ser lo más de lo que le decían falso y fingido por la envidia que le tenían. Pero siendo Antígono vuelto de la guerra con muy buen nombre en los días de las fiestas que ellos, según costumbre de la patria, celebraban a Dios puestos los tabernáculos, sucedió en el mismo tiempo que Aristóbulo cayó enfermo, y Antígono, al fin de las fiestas y solemnidades, acompañado de hombres armados vino con gran deseo a hacer oración al templo, y subió más honrado de lo que subiera por honra de su hermano; y entonces, viniendo acusadores llenos de toda maldad delante del rey, alegaban y reprendían la pompa de las armas, y la arrogancia y la soberbia de Antígono, como mayor de lo que convenía, diciendo haber venido allí con multitud de gente de armas para matarlo: porque pudiendo él ser rey, claro estaba que no se había de contentar con la honra que su hermano procuraba que el reino le hiciese. Creyó poco a poco estas cosas Aristóbulo, aunque forzado, y por no demostrar sospecha de alguna cosa, queriendo guardarse de lo que le era incierto, y proveerse mirándolo todo, mandó pasar la gente de su guarda a un lugar obscuro y corno sótano; y él que estaba enfermo en el castillo llamado antes Baro, el cual después fue llamado Antoma, mandóles que si viniese desarmado, no le hiciesen algo, y si Antigono viniese con armas, lo matasen. Además de esto, envió gente que avisasen a Antígono y le mandase venir sin armas. Para todas estas cosas la reina tomó consejo astuto con los que estaban en asechanza y en celada: porque persuadió a los que el rey enviaba, que callasen lo que el rey les habla mandado, y que dijesen a Antígono que su hermano había oído cómo se habla hecho muy lindas armas y lindo aparejo de guerra en Galilea, las cuales no había podido ver particularmente a su voluntad, impedido con su enfermedad, y que ahora lo querría con toda voluntad ver armado, principalmente sabiendo que habla de partir e irse a otra parte. Oídas estas cosas, Antígono, no pudiendo pensar mal, por el amor y afición que le tenía su hermano, venía aprisa armado con todas sus armas por mostrarse. Pero cuando llegó a un paso obscuro, que se llamaba la torre de Estratón, fue muerto por los de la guarda: y dio cierto y manifiesto documento, que toda benevolencia y derecho de naturaleza es ven39 cido con las acriminaciones y envidias calumniosas; y que ninguna buena afición vale tanto que pueda perpetuamente resistir y refrenar la envidia. En esto también, ¿quién no se maravillará de Judas? Era Eseo de linaje, el cual nunca erró en profetizar ni jamás mintió. Pasando Antígono por el templo, luego que lo vió Judas, dijo en voz alta a los conocidos que allí estaban, porque tenía muchos discípulos y hombres que venían a pedirle consejo: "Ahora me es a mí bueno morir, pues la verdad murió, quedando yo en vida, y se ha hallado alguna cosa falsa en lo que yo tenía profetizado, pues vive este Antígono, el cual debía ser hoy muerto. Tenía ya, por suerte, señalado lugar para su muerte en la torre de Estratón, que está a seiscientos estadios lejos de aquí: son ya cuatro horas del día, y el tiempo pasa, y con él mi adivinanza." Cuando el viejo hubo hablado esto, púsose a pensar entre sí muchas cosas con mucho cuidado y con la cara muy triste. Luego, poco después, vino nueva como Antígono había sido muerto en un sótano, llamado por el mismo nombre que solía ser la marítima Cesárea, la torre de Estratón, y esto fue lo que engañó al profeta. En la misma hora, con el pesar de tan gran maldad, se le aumentó la enfermedad a Aristóbulo, y estando siempre con el pensamiento de aquel hecho muy solícito, con el ánimo perturbado se corrompía, hasta tanto que por la amargura del dolor, rotas en partes sus entrañas, echaba toda la sangre por la boca. La cual tomó uno de los que le servían, y por providencia y voluntad de Dios, sin que el criado tal supiese, echó la sangre del matador sobre las manchas que había dejado con la suya Antígono en aquel lugar donde fue muerto. Pero levantándose un gran llanto y aullido de los que habían visto esto, como que el muchacho hubiese adrede echado la sangre en aquel lugar, vino a noticia del rey el clamor, y requirió que le contasen la causa; y como no hubiese alguno que la osase contar, más se encendía él en deseo de saberla. Al fin, haciendo él fuerza y amenazándoles, contáronle la verdad de todo lo que pasaba; y él, hinchiendo sus ojos de lágrimas, y gimiendo en su corazón tanto cuanto le era posible, dijo esto: "No era, por cierto, cosa para esperar que hubiese Dios de ignorar mis maldades muy grandes, siéndole todo manifiesto pues luego me persigue la justicia en venganza de la muerte de mi hermano. ¡Oh malvado cuerpo! ¿Hasta cuándo detendrás el ánima condenada por la muerte de mi madre y de mi hermano? ¿Cuánto tiempo les sacrificaré mi propia sangre? Tómenlo todo junto y no se burle ni escarnezca la fortuna lo bajo de mis entrañas.` Dicho esto, luego murió, habiendo reinado sólo un año. Su mujer entonces sacó de la cárcel al hermano Alejandro, e hízolo rey, el cual era mayor en la edad, y aun parecía también ser más modesto. Pero alcanzando éste el reino, y viéndose poderoso, mató a su otro hermano, por verlo ambicioso de reinar, y tenía consigo al otro privadamente, habiéndole quitado todas sus cosas. Hizo guerra con Ptolomeo Látiro, el cual le había tomado a Asoco, y mató muchos de sus enemigos; pero Ptolomeo fue el vencedor. Después que él fue echado por su madre Cleopatra, vínose a Egipto, y Alejandro tomó por fuerza a Gadara y el castillo de Amatón, que es el mayor de todos los que hay de la otra parte del Jordán, adonde estaban, según se tenla por cierto, los bienes y joyas de Teodoro, hijo de Zenón. Mas sobreviniendo presto Teodoro, cobra lo que era suyo: llévase el carruaje del rey, y mata casi diez mil judíos. Alejandro, cobrando después de esta matanza fuerzas, entró por las partes cercanas de la mar, las cuales llamaremos maritimas: tomó a Rafia, a Gaza y a Antedón, la cual después fue llamada por el rey Herodes Agripia. Domados y sujetos todos éstos, un día de fiesta el pueblo de los judíos se le vantó contra él. Porque muchas veces se revuelven los pueblos por los convites y comidas; y no le parecía que podía apaciguar y deshacer aquellas asechanzas, si los Pisidas y Cilicos, pagándolos él, no le ayudaban: no hacía caso de tener los sirios a sueldo por la discordia que tienen naturalmente con los judíos. Y habiendo muerto más de ocho mil de la multitud que se había rebelado, hizo guerra contra Arabia. Vencidos allí los galaaditas y moabitas, los hizo tributarios, y volvióse para Amatón. Y estando Teodoro amedrentado por ver que tan prósperamente le sucedían las cosas, derribó de raíz un castillo que halló sin gente; y peleando después con Oboda, rey de Arabia, el cual había ocupado un lugar oportuno y cómodo para el en año en la región de Galaad, preso con las asechanzas que le habían hecho, perdió todo su ejército, forzado a recogerse a un valle muy alto, y fue desmenuzado por la multitud de los camellos. Librándose él de aquí y viniendo a Jerusalén, inflamó la gente, que antiguamente le era muy enemiga, a mover novedades con la gran matanza que le había sido hecha. Con esto también se alzó a mayores, y mató en muchas batallas no menos de cincuenta mil judíos dentro de seis años; pero no se holgaba con estas victorias, porque se gastaban y consumían en ellas todas las fuerzas de su reino. Por lo cual, dejando las armas y la guerra, trabajaba con buenas palabras en volver en amistad con aquellos que tenía sujetos. Tenían ellos tan aborrecida la inconstancia y variedad que éste tenía en sus costumbres, que preguntando él qué manera tendría para apaciguarlos, respondieron que con su muerte; porque aun no sabían si muerto le perdonarían, por tantas maldades como había cometido junto con esto tomaron el socorro de Demetrio, llamado Acero, el cual, con esperanza de ganar y de haber mayor premio, fácilmente les obedeció y consintió, y viniendo con ejército, juntóse para ayudar a los judíos cerca de Sichima. Pero recibiólos Alejandro con mil de a caballo y con seis mil soldados de sueldo, teniendo también consigo cerca de diez mil judíos que le eran todos muy amigos: siendo los de la parte contraria tres mil de a caballo y cuarenta mil de a pie. Antes que se juntasen ambos ejércitos, por medio de los mensajeros y trompetas los reyes trabajaban cada uno por si en retirar la gente el uno del otro. Demetrio pensaba que la gente de sueldo de Alejandro le faltaría; y Alejandro esperaba que los judíos que seguían a Demetrio se le habían de rebelar y seguirlo a él. Pero como los judíos tuviesen muy firme su juramento, y los griegos su fe y promesa, comenzaron a acercarse y pelear todos. Venció en esta batalla Demetrio, aunque la gente de Alejandro hubiese hecho muchas cosas fuerte y animosamente. El suceso de ella dió parte a entrambos sin que juntamente entrambos lo esperasen. Porque los que habían llamado a Demetrio no quisieron seguirlo, aunque vencedor; antes, seis mil de los judíos se pasaron a Alejandro, que había huido hacia los montes, por tener misericordia de él, viendo que se le había mudado tanto la fortuna. No pudo sufrir falta tan 'importante Demetrio; antes, pensando que Alejandro, recogidas y juntadas ya sus fuerzas, sería bastante para esperar la batalla, porque toda la gente se le pasaba, retiróse luego de allí; pero la demás gente, por habérseles ido y apartado aquella parte del socorro y ejército, no perdió su ira y enemistad; antes peleaba en continuas guerras con Alejandro, hasta tanto que, muerta gran parte de ellos, los hizo recoger en la ciudad de Bemeselis; y habiéndola después tomado, llevóse los cautivos a Jerusalén. La ira inmoderada de éste, por ser desenfrenada, hizo que su crueldad llegase a términos de toda impiedad; porque en medio de la ciudad ahorcó ochocientos de los cautivos, y mató las mujeres de ellos e hijos, delante de sus propias madres, y él lo estaba mirando bebiendo y holgando junto con sus concubinas y mancebas. Tomó todo el pueblo tan gran temor de ver esto, que aun los que a entrambas partes estaban aficionados, luego la siguiente noche salieron huyendo, corno desterrados, de toda Judea, cuyo destierro tuvo fin con la muerte de Alejandro. Habiendo, pues, buscado el reposo del reino con tales hechos, cesaron sus armas. Capítulo IV De la guerra de Alejandro con Antíoco y Areta, y de Alejandro e Hircano. Otra vez le fue principio de revuelta Antíoco, llamado también Dionisio, hermano de Demetrio, pero el postrero de aquellos que tenían a Seleuco por principio y autor de su linaje. Porque temiendo a éste, el cual había echado y vencido a los árabes en la guerra, hizo un foso muy grande alrededor de Antipátrida en todo el espacio que hay allí cercano a los montes, y entre las riberas de Jope; y delante del foso edificó un muro muy alto y unas torres de madera, para defender la entrada; pero no pudo detener con todo esto a Antíoco. Porque quemadas las torres, y habiendo henchido los fosos, pasó con su ejército; y menospreciando la venganza, de la cual debía usar con aquel que le había prohibido la entrada, luego siguió la empresa contra los árabes. El rey de éstos apartáse a parte más cómoda para su gente; Pero luego volvió a la pelea con hasta número de diez mil hombres, y acometió la gente de Antíoco sin darle tiempo para pensar en ello ni aparejarse. Y trabada una valerosa batalla, mientras Antíoco estaba salvo, su ejército permanecía resistiendo, aunque los árabes p9co a poco lo despedazasen y acabasen. Pero después que éste fue muerto, porque socorriendo a los vencidos no temía los peligros, todos huyeron, muriendo la mayor parte de ellos peleando y huyendo. Los demás, habiendo venido a parar al lugar de Caná, todos murieron de hambre, excepto muy pocos. De aquí los damascenos, enojados con Ptolomeo, hijo de Mineo, júntanse con Areto, y hácenlo rey de Siria Celes: el cual, habiendo hecho guerra con Judea, después de haber vencido en la batalla a Alejandro, hizo partido con él y retiróse. Alejandro, tomada Pela, fuese otra vez para Gerasa, deseoso de las riquezas de Teodoro; y habiendo cercado con tres cercos a los que la querían defender, ganó el lugar. Tomó también a Gaulana y a Seleucia, y sojuzgó aquella que se llama la Farange de Antíoco. Además de lo dicho, habiendo también tomado el fuerte castillo de Gamala, y preso al capitán de él, Demetrio, revuelto en muchos crímenes y culpas, vuélvese a Judea, acabados tres años en la guerra, y fue recibido por los suyos con grande alegría por el próspero suceso de sus cosas. Pero sucedióle, estando en reposo y acabada la guerra, el principio de su dolencia; y porque le fatigaba la cuartana, pensó que echaría de sí aquella calentura si se volvía otra vez a poner en los negocios y ocupaba en ellos su ánimo; dióse a la guerra y trabajos militares, Sin tener cuenta con el tiempo: y fatigando su cuerpo más de lo que podía sufrir, en medio de las revueltas murió después de treinta y siete años que reinaba, dejando el reino a Alejandra, su mujer, pensando que los judíos obedecerían a cuanto ella mandase; porque siendo muy desemejante a él en la crueldad, resistiendo a toda maldad, enteramente había ganado la voluntad de todo el pueblo. Y no le engañó la esperanza, porque por ser tenida por mujer muy pía, alcanzó el reino y principado. Porque sabía muy bien la costumbre que los de su patria tenían, y aborrecía desde el principio al que quebrantaba las leyes sagradas. Como ésta tuviese dos hijos habidos de Alejandro, al mayor, llamado Hircano, parte por ser primogénito, lo declaró por pontífice, y parte también porque era más reposado, sin que pudiese tenerse esperanza que sería molesto a alguno, lo hizo rey; y el menor, llamado Aristóbulo, quiso más que viviese privadamente, porque mostraba ser más bullicioso y levantado. Juntóse con la señoría de esta mujer una parte de los judíos que era la de los fariseos, los cuales honraban y acataban más la religión, al parecer, que todos los demás, y declaraban más agudamente las leyes, y por esta causa los tenía en más Alejandra, sirviendo a la religión divina supersticiosamente. Estos, disimulando con la simple mujer, eran tenidos ya como procuradores de ella, mudando a sus voluntades, quitando y poniendo, encarcelando y librando a cuantos les parecía, de tal manera, que parecían ser ya ellos los reyes, según gozaban de los provechos reales: y Alejandra había de pagar las expensas y gastos, y sufrir todos los trabajos. Pero ésta tenía un maravilloso regimiento en saber regir y administrar las cosas mas altas y más importantes; y puesta toda en acrecentar su gente, hizo dos ejércitos, con no pocos socorros que hubo, por su sueldo, con los cuales no sólo fortificó el estado de su gente, pero se hizo aún de temer al poder de los extranjeros. Y como mandase a todos, ella sola obedecía a los fariseos de su buena voluntad. Mataron finalmente a Diógenes, varón muy señalado que había sido muy amigo de Alejandro, trayendo por causa de su muerte que aquellos ochocientos, de los cuales hemos hablado arriba, fueron puestos en cruz por el rey a instancia de éste; y trabajaban por inducir y persuadir a Alejandra que matase a todos los demás, por cuya autoridad y consejo se había movido contra ellos Alejandro. Estando ella tan puesta en obedecer con demasiada superstición a estos fariseos, a los cuales no quería contradecir en algo, mataban a quien querían, hasta que todos los mejores que estaban en peligro se vinieron huyendo a Aristóbulo; y éste persuadió a su madre que los perdonase por la dignidad que tenían, y a los que pensaba ser dañosos, los echase de la ciudad. Alcanzando éstos licencia, esparciéronse por toda la tierra. Alejandra envió ejército a Damasco, porque Ptolomeo tenía en grande y muy continuo aprieto la ciudad, la cual ella tomó sin hacer cosa alguna memorable. Solicitó con pactos y dones al rey de Armenia, Tigrano, que cercaba a Cleopatra, habiendo juntado su gente con Ptolomeo. Pero él se había retirado ya mucho antes por el levantamiento y discordia que había entre los suyos, después de haberse Lúculo entrado por Armenia. Estando en esto, enfermó Alejandra; y su hijo el menor, Aristóbulo, con todos sus criados, que solían ser muchos y muy fieles, por estar en la flor de su edad, se apoderó de todos los castillos; y con el dinero que en ellos halló, hizo gente de sueldo, y levantóse por rey. Por esto la madre de Hircano, con misericordia de las quejas que el pueblo a ella echaba, encerró la mujer de Aristóbulo en un castillo que está edificado cerca del templo a la parte de Septentrión: llamábase éste, como antes dijimos, Baro, y después lo llamaron Antonia, siendo Antonio emperador, así como del nombre de Augusto y de Agripa, fueron llamadas las otras ciudades Sebaste y Agripia. Pero antes murió Alejandra que tomase venganza en Aristóbulo de las injurias a su hermano Hircano, al cual había trabajado por echar del reino, adonde había ella reinado nueve años. Quedó por heredero de todo Hircano, a quien ella, siendo aún viva, había encomendado todo el reino. Pero teníale gran ventaja en esfuerzo y autoridad Aristóbulo, y habiendo peleado entrambos cerca de Jericó por quién sería señor de todo, muchos, dejando a Hircano, se pasaron a Aristóbulo. De donde huyendo Hircano, Regó al castillo llamado Antonia, adonde se recogió; y alcanzando allí rehenes para aseguranza de su salud y vida, porque (según arriba hemos contado) aquí estaban con guardas los hijos y mujer de Aristóbulo. Antes que le aconteciese algo que fuese peor, volvió en concordia y amistad con tal ley, que quedase el reino por Aristóbulo, y que él lo dejase, contentándose, como hermano del rey, con otras honras. Reconciliados y hechos de esta manera amigos dentro del templo, habiendo el uno abrazado al otro delante de todo el pueblo que allí estaba, truecan las cosas, y Aristóbulo torna posesión de la casa real, e Hircano de la casa de Aristóbulo. Capítulo V De la guerra que tuvo Hircano con los árabes, y cómo fué tomada la ciudad de Jerusalén. Creció a todos sus enemigos el miedo por ver que mandaba y que había alcanzado el señorío tan contra la esperanza que tenían, aunque principalmente a Antipatro, mal acogido por Aristóbulo y muy aborrecido. Era éste de linaje Idumeo, principal entre toda su gente, tanto en nobleza como en riqueza. Este, pues, amonestaba y trabajaba por inducir a Hircano que recurriere a Areta, rey de los árabes, y con su ayuda cobrase el reino: por otra parte trabajaba en persuadir a Areta que recibiese en su reino a Hircano y se lo llevase consigo, menoscabando y diciendo mal de las costumbres de Aristóbulo, loando y levantando mucho a Hircano, y junto con esto amonestaba que a él convenía, presidiendo a un reino tan esclarecido, dar la mano a los que estaban oprimidos por maldad e injusticia; y que Hircano padecía la injuria, el cual había perdido el reino que por derecho de sucesión le pertenecía. Instruidos, pues, y apercibidos entrambos de esta manera, una noche salió de la ciudad juntamente con Hircano, y libróse por la gran diligencia que puso en correr, acogiéndose a un lugar que se llama Petra, adonde tiene su asiento el rey de Arabia. Y después que entregó en manos del rey Areta a Hircano, acabó con él con muchas palabras y muchos dones, que socorriese a Hircano para hacerle recobrar su reino. Eran los árabes cincuenta mil hombres de a pie y de a caballo, a los cuales no pudo resistir Aristóbulo; antes, vencido en el primer encuentro, fué forzado a huir hacia Jerusalén; y fuera ciertamente preso, si el capitán de los romanos Escauro no so reviniera e hiciera levantar el cerco que tenía, porque éste había sido enviado de Pompeyo Magno, que entonces tenía guerra con Tigrano, de Armenia a Siria; pero cuando llegó a Damasco, halló que la ciudad era nuevamente tomada por Metelo y Lolio. Habiendo, pues, apartado y echado a aquellos de allí, y sabiendo lo que se hacía en Judea, determinó correr a á como a negocio de ganancia y provecho. En la hora que hubo entrado dentro de los, términos de Judea, viénenle embajadores de los judíos por los dos hermanos, rogándole entrambos, cada uno por sí, que viniese antes en su ayuda que no en la del otro. Bao corrompido por trescientos talentos que Aristóbulo le envió, menospreció la justicia, porque después de haber recibido este dinero, Escauro envió embajadores a Hircano y a los árabes, trayéndoles delante y amenazando con el nombre de los romanos y de Pompeyo si no deshacían el cerco de la villa. Por lo cual amedrentado Areta, salió de Judea, y recogiose a Filadelfia; y Escauro, volvió a Darnasoa. Aristóbulo, pues no lo veía preso, no pensó que le bastaba, pero recogiendo todo el ejército que tenía, trabajaba en perseguir de todas maneras a los enemigos, y trabando batalla cerca de un lugar que se llama Papirona, mató de ellos más de seis mil hombres, entre los cuales fué uno Céfalo, hermano de Antipatro. Hircano, y Antipatro, privados ya del socorro de los árabes, pusieron sus esperanzas en los contrarios; y como hubiese lle gado Pompeyo a Damasco, después de haber entrado en Siria, recurrieron a él, y dándole muchos dones, comienzan a contarle todas aquellas cosas que antes habían también dicho a Areta, rogándole mucho que, venciendo la fuerza y violencia de Aristóbulo, restituyese el reino a Hircano, a quien era debido, tanto por edad, como por bondad de costumbres; pero Aristóbulo no se durmió en esto, confiado en Escauro por el dinero que la había dado. Había venido tan ornado y vestido tan realmente como le había sido posible, y enojado después por la sujeción, y pensando que no era cosa digna que un rey tuviese tanta cuenta con el provecho, volvíase de Diospoli. Enojado por esto Pompeyo, viene contra Aristóbulo persuadiéndoselo Hircano y sus compañeros, con el ejército romano, y armado también del socorro de los de Siria. Y habiendo pasado por Pela y por Escitópolis, llegó a Coreas, adonde comienza el señorío de los judíos y los términos de sus tierras, entrando en los lugares mediterráneos. Entendiendo que Aristóbulo se habla recogido a Alejandrio, que es un castillo magnificamente edificado en un alto monte, envió gente que lo hiciese salir y descender de allí. Pero él tenía determinado, pues era la contienda por el reino, querer antes poner en peligro su vida, que sujetarse al imperio y mando de otro; veía que el pueblo estaba muy amedrentado y que sus amigos le aconsejaban que pensase en el poder y fuerza de los romanos, la cual no había de poder sufrir. Por lo cual, obedeciendo al consejo de todos éstos, viénese delante de Pompeyo, a quien, como hubiesen hecho entender cuán justamente reinaba, mandóle que se volviese al castillo; y saliendo otra vez desafiado por su hermano, habiendo primero tratado con él de su derecho, volvióse al castillo sin que Pompeyo se lo prohibiese. Estaba con esperanza temor y venia con intención de suplicar a Pompeyo que re dejase hacer toda cosa y volviese al monte, por que no pareciese derogar y afrentar la real dignidad. Pero porque Pompeyo le mandaba salir de los castillos y aconsejaban a los presidentes y capitanes de ellos que se saliesen, a los cuales él habla mandado que no obedeciesen sin ver primero cartas de su mano propia escritas, hizo lo que mandaba. Vino a Jerusalén muy indignado, y pensaba ventilar aquello con Pompeyo por las armas. Pero éste no tuvo por cosa buena ni de consejo darle tiempo para que se aparejase para la guerra, antes luego comienza a perseguirlo, porque con mucha alegría había sabido la muerte de Mitrídates, estando ya cerca de Jericó, adonde la tierra es muy fértil y hay muchas palmas y mucho bálsamo; de cuyo árbol o tronco, cortado con unas piedras muy agudas, se destilan unas gotas como lágrimas, las cuales ellos recogen. Habiéndose, pues, detenido allí toda una noche, luego a la mañana veníase con gran prisa a Jerusalén. Espantado Aristóbulo con esta nueva, y con el ímpetu de éste, sálele al encuentro, suplicando y prometiendo mucho dinero que él y la ciudad se le rendirían; y con esto amansó la saña e Pompeyo. Pero nada de lo que había prometido cumplió; porque siendo enviado Gabinio, para cobrar el dinero prometido, los compañeros de Aristóbulo no quisieron ni aun recibirle en la ciudad. Movido con estas cosas Pompeyo, prende a Aristóbulo, y mándalo poner en guardas, y partiendo para la ciudad, descubría y miraba por qué parte tenía mejor y más fácil entrada, porque no veía de qué manera pudiese combatir los muros, que estaban muy fuertes, y un foso alrededor del muro muy espantable, y estaba allí muy cerca el templo cercado y rodeado de tan segura defensa, que aunque tomasen la ciudad, todavía tenían allí los enemigos muy seguro lugar para recogerse. Estando, pues, él mucho tiempo dudando y pensando sobre esto, levantóse una sedición y revuelta dentro de la ciudad; los compañeros y amigos de Aristóbulo decían y eran de parecer que se hiciese guerra, y que se debla trabajar por librar a su rey; pero los que eran de la parcialidad de Hircano, decían que debían abrir las puertas y dar entrada a Pompeyo. Y el miedo de los otros hacia mayor el número de éstos, pensando y teniendo delante el valor y constancia de los romanos. Vencida, pues, al fin la parte de Aristóbulo, fuése huyendo al templo, y derribando un puente, por el cual el templo se juntaba con la ciudad, todos se aparejaban para resistirle y sufrir en ello cuanto posible les fuese. Y como los otros que quedaban hubiesen recibido a los romanos dentro de la ciudad, y les hubiesen entregado la casa y palacio red, para haber estas cosas Pompeyo, envió uno de sus capitanes llamado Pisón, con muchos soldados; y puestos por guarnición dentro de la ciudad, no pudiendo persuadir la paz a los que se habían recogido dentro del templo, aparejaba todo cuanto podía y hallaba alrededor de allí, para combatirlos; pues Hircano y sus amigos estaban muy firmes y muy prontos para seguir el acuerdo, y aconsejar lo necesario, y obedecer a cuanto les fuese mandado. El estaba a la parte septentrional hinchiendo el foso aquel tan hondo de todo cuanto los soldados le podían traer, siendo esta obra de si muy difícil por la gran hondura del foso, y también porque los judíos trabajaban por la parte alta en resistirles de toda manera, y quedara el trabajo imperfecto y sin acabar, si Pompeyo no tuviera gran cuenta con los días que suelen guardar por sus fiestas los judíos, que por su religión tienen mandado guardar el séptimo día, sin hacer algo; en los cuales mandó que, pues los soldados de dentro no salían a defenderlo, los suyos no peleasen, antes con gran diligencia hinchiesen el foso. Porque los judíos no tienen licencia de hacer 21go en las fiestas, sino sólo defender su cuerpo si algo les acontecía. Henchido, pues, el foso, y puestas sus máquinas, las cuales había traído de Tiro, y hechas sus torres encima de sus montecillos, comenzaron a combatir los muros. Los de arriba fácilmente los echaban con muchas piedras, aunque mucho tiempo resistiesen las torres, excelentes en grandeza y gentileza, y sufriesen la fuerza de los que contra ellos peleaban. Pero cansados entonces los romanos, Pompeyo maravillábase por ver el trabajo grande que los judíos sufrían con gran tolerancia, y principalmente porque estando entre armas, no dejaban perder punto ni cosa alguna de lo que tocaba a sus ceremonias, antes, ni más ni menos que si tuvieran muy sosegada paz, celebraban cada día los sacrificios y ofrendas, y honraban a Dios con una muy gran diligencia. Ni aun en el mismo momento que los mataban cerca del ara, dejaban de hacer todo aquello que legítimamente eran obligados para cumplir con su religión. Tres meses después que tenía puesto el cerco, sin haber casi derribado ni una torre, dieron el asalto, y el primero que osó subir por el muro fué Fausto Cornelio, hijo de Sila, y después dos centuriones con él, Furio y Fabio, con sus escuadras; y habiendo rodeado por todas partes el templo, mataron a cuantos se retiraban a otra parte, y a los que en algo resistían. Adonde, aunque muchos de los sacerdotes viesen venir con las espadas sacadas los enemigos contra ellos, no por eso dejaban de entender las cosas divinas y tocantes al servicio de Dios, tan sin miedo corno antes solían, y en el servicio M templo y sacrificios los mataban, teniendo en más la religión que su salud. Los naturales y amigos de la otra parte mataban muchos de éstos; muchos se despeñaban, otro se echaban a los enemigos como furiosos, encendidos todos los que estaban por el muro en gran ira y desesperación. Murieron, finalmente, en esto doce mil judíos y muy pocos romanos, aunque hubo muchos heridos. Pareció cosa grave y de mayor pérdida a los judíos, descubrir aquel secreto santo e inviolado, no visto antes por ninguno, a todos los extranjeros. Entrando, pues, Pompeyo, juntamente con sus caballeros, dentro del templo, donde no era licito entrar, excepto al pontífice, vio y miró los candeleros que allí habla encendidos, y las mesas, en las cuales acostumbraban celebrar sus sacrificios y quemar sus inciensos; vio también la multitud de perfumes y olores que tenían, y el dinero consagrado, que era la suma de dos mil talentos. Pero no tocó ni esto ni otra cosa alguna de las riquezas del Sagrario; antes el siguiente día, después de la matanza, mandó limpiar el templo a los sacristanes, Y que celebrasen sus solemnidades sagradas. Entonces les declaró por pontífice a Hircano, por haberse regido y mostrado con él en todo, y principalmente en el tiempo del cerco, muy valeroso, y por haber atraído a sí gran muchedumbre de villanos, de los que seguían la parte de Aristóbulo, con lo cual ganó la amistad de todo el pueblo, más por benevolencia y mansedumbre, según conviene a cualquier buen emperador, que por temor ni amenazas. Fué preso entre los cautivos el suegro de Aristóbulo, que le era también tío, hermano de su padre, y descabezó a todos los que supo que habían sido principalmente causa de aquella guerra. Dio muchos dones a Fausto y a todos los demás que se hablan portado valerosamente en la presa; puso tributo a Jerusalén, mandó que las ciudades que había tomado a los judíos en Celefiria obedeciesen al presidente romano o gobernador que entonces era, y encerrólos dentro de sus mismos términos solamente. Renovó, también por amor de un liberto suyo, llamado Demetrio, Gadarense, a Gadara, la cual hablan derribado los judíos. Libró del imperio de aquellos las ciudades mediterráneas, que no habían derribado, por ser allí alcanzados y prevenidos antes, Hipón, Escitópolís, Pela, Samaria, Marisa y Azoto, Iania y Aretusa, y con ellas las marítimas también, Gaza, Jope, Dora, y aquella adonde estaba la torre de Estratón, aunque después fueron edificados aqui en esta ciudad. muy lindos edificios por el rey Herodes y fué llamada Cesárea. Y habiéndolas vuelto todas a sus naturales ciudadanos, juntólas con la provincia de Siria. Y dejando la administración de Siria, de Judea y de todo lo demás, hasta los términos de Egipto y el rió, Eufrates, con dos legiones o compañías de gente, a Escauro, él se volvió con gran prisa a Roma por Cilicia, llevándose cautivo a Aristóbulo con toda su familia. Habla dos hijas y otros tantos hijos, de los cuales el uno, llamado Alejandro, se le huyó en el camino, y el menor, que era Antígono, fué llevado a Roma con sus hermanas. Capítulo VI De la guerra que Alejandro tuvo con Hircano y Aristóbulo. Habiendo entretanto Escauro entrado en Arabia, no podía llegar a la que ahora se llama Petrea, por la dificultad y aspereza del camino, pero talaba y destruía cuanto habla alrededor, aunque estaba afligido con muchos males en estas tierras; el ejército padecía gran hambre, a quien Hircano proveía de todo lo necesario, por medio de Antipatro, para su mantenimiento; al cual Escauro envió por embajador, como muy familiar y amigo de Areta, para que dejase la guerra e hiciesen conciertos de paz. De esta manera, en fin, persuadieron al árabe que diese trescientos talentos, y Escauro entonces retrajo de Arabia su ejército. Pero Alejandro, hijo de Aristóbulo, aquel que habla huido de Pompeyo, habiendo juntado mucha gente en este tiempo, en a hacia Hircano muy enojado, y destruía y robaba a Judea, pensando que presto la podía ganar y vencerlo a él, porque confiaba que el muro de Jerusalén, que habla sido derribado por Pompeyo, estaría ya renovado si Gabinio, sucesor de Escauro, el cual había sido enviado a Siria, no se mostrara muy fuerte y valeroso en lo demás, pero principalmente contra Alejandro con su ejército. Por lo cual, temiendo aquél la fuerza de este Gabinio, trabajaba en acrecentar el número de su gente, hasta tanto que legaron a número de diez mil de a pie y mil quinientos caballos, y fortalecía los lugares y las villas que le parecían ser buenos para resistir a la fuerza, como Alejandrio, Hircanio y Macherunta, que están cerca de los montes de Arabia. Gabinio, pues, habiendo enviado delante a Marco Antonio con parte de su ejército, él lo seguía con todo lo demás. Los compañeros escogidos de Antipatro y la otra multitud de los judíos cuyos príncipes eran Malico y Pitola o, habiendo juntado sus fuerzas con Marco Antonio, salieron al encuentro a Alejandro; pero no estaba muy lejos ni muy atrás de éste Gabinio con toda su gente. Viendo Alejandro que no podía resistir ni sufrir tanta multitud de enemigos, huyó. Siendo llegado ya cerca de Jerusalén, fué forzado a pelear; y habiendo perdido seis mil hombres de los suyos, tres mil presos y tres mil derribados, salváse con los demás. Pero cuando Gabinio llegó al castillo de Alejandrio, habiendo sabido que muchos habían desamparado el ejército, prometiendo a todos general perdón, trabajaba de llegarlos a él y juntarlos consigo antes que darles batalla; pero como ellos no humillasen su pensamiento, ni quisiesen conceder lo que Gabinio quería, mató a muchos y encerró a los demás en el castillo. En esta guerra, el capitán Marco Antonio hizo muchas cosas de nombre, y aunque siempre y en todas partes se había mostrado varón muy fuerte y valeroso, ahora últimamente venció todo nombre y dio de sí mucho mayor ejemplo que hasta el presente había dado. Dejando Gabinio gente para combatir el castillo, él se vino a todas las otras ciudades, confirmando las que no habían sido atacadas, reparando y le vantando de nuevo las que habían sido derribadas. Finalmente, por mandamiento de éste, se comenzó a habitar en Escitópolis, en Samaria, en Antedón, en Apolonia, en Janinia, en Rafia, en Marisa, en Dora, en Gadara, en Azoto, y en otras muchas, con gran alegría de los ciudadanos, porque de todas partes venían por habitar en ellas. Ordenadas esta s cosas de esta manera, volviéndose a Alejandrio, apretaba mucho más el cerco. Por la cual cosa Alejandro, muy espantado, le envió embajadores, desconfiando ya de todo y rogando que le perdonase, y él le entregaría sin alguna falta los castillos que le obedecían, los cuales eran el de Hircano, y el otro el de Macherunta; también le dió y dejó en su poder Alejandrio. Gabinio lo derribó todo de raíz por consejo de la madre de Alejandro, por que no fuesen ocasión de otra guerra, o de recogimiento para ella. Estaba ella con Gabinio por ablandarlo con sus regalos, temiendo algún peligro a su marido y a los demás que habían sido llevados cautivos a Roma. Pasadas todas estas cosas, habiendo Gabinio llevado a Jerusalén a Hircano y habiéndole encomendado el cargo del templo, puso por presidentes de toda la otra República a los más principales de los judíos. Dividió en cinco partes, como Congregaciones, toda la gente de los judíos; la una de éstas puso en Jerusalén, la otra en Doris, la tercera que estuviese en la parte de Amatunta, la cuarta en Jericó, y la quinta fué dada a Séfora, ciudad de Galilea. Los judíos entonces, librados del imperio y señorío de uno, eran regidos por sus príncipes con gran contentamiento; pero no mucho después acaeció que, habiéndose librado de Roma Aristóbulo, les fué principio de discordias y revueltas; el cual, juntando mucha gente de los judíos, parte por ser deseosa de mutaciones y novedades, parte también por el amor que antiguamente le solían tener, tomó primero a Alejandrio, y trabajaba en cercarlo de muro. Después, sabido cómo Ga binio enviaba contra él tres capitanes, Sisena, Antonio y Sevilio, vínose a Macherunt ; y dejando la gente vulgar y que no era de guerra, la cual antes le era carga que ayuda, salió, trayendo consigo, de gente muy en orden y bien armada, no más de ocho mil, entre los cuales venía también Pitolao, Regidor de la segunda Congregación que hemos dicho, habiendo huido de Jerusalén con número de mil hombres. Los romanos los seguían, y dada la batalla, Aristóbulo detuvo los suyos peleando muy fuertemente algún tiempo, hasta tanto que fueron vencidos por la fuerza y poder grande de los romanos, adonde murieron cinco mil hombres, y dos mil se recogieron a una gran cueva, y los otros mil rompieron por medio de los romanos y cerráronse en Macherunta. Habiendo, pues, llegado allí a prima noche o sobretarde el rey, y puesto su campo en aquel lugar que estaba destruido, confiaba que haría treguas, y durando éstas, juntarla otra vez gente y fortalecería muy bien el castillo. Pero habiendo sostenido la fuerza de los romanos por espacio de dos días más de lo que le era posible, a la postre fué tomado y llevado delante de Gabinio, atado junto con Antígono, su hijo, el cual habla estado en la cárcel con él, y de allí fué lle vado a orna. Pero el Senado lo mandó poner en la cárcel, y pasó los hijos de é